miércoles, 24 de septiembre de 2008

Pequeños gestos que enaltecen el concepto SOLIDARIDAD

A la mayor parte de las sociedades del supuesto primer mundo se le llena la boca al prodigar la solidaridad de la que hacen gala. Ciertamente, muchas de sus acciones suponen una aportación impagable para los menos afortunados, pero la verdadera solidaridad casi siempre permanece en la sombra, relegada al segundo plano de los pequeños gestos de los que sus protagonistas no esperan conseguir nada a cambio, que, por sí solos, apenas dejan huella en el mundo y, sin embargo, van haciendo mella en las personas a las que benefician. Los reporteros de Agareso en el Sáhara han podido presenciar de primera mano las pequeñas aportaciones de un pueblo que no tiene nada y lo entrega todo, gestos que enaltecen un concepto en muchas ocasiones usado a la ligera.
La verdadera solidaridad se ve en la ayuda de dos jóvenes andaluces que aterrizan en Santiago de Compostela para pasar unos días de vacaciones e invierten las dos primeras horas en descargar las maletas de media docena de autobuses fletados con niños saharauis a los que no llegan a ver delante y a quienes nunca conocerán.

Se ve en la inestimable colaboración del delegado del Frente Polisario en la ONU que viaja en un avión con 252 niños y asume el papel de educador que les acompaña al servicio y les sujeta una bolsa para que vomiten, manteniéndese siempre en el anonimato.

Se ve en una niña de siete años que se lleva una bolsa de pipas de España para disfrutar en medio del desierto y la comparte con dos periodistas a las que cree hambrientas.
Se ve en Mohamedahmed, un niño de diez años que te atrapa en su sonrisa inocente y sincera cuando, apenas dos horas después de conocerte, tras varios minutos con la mirada perdida en el horizonte, te eriza la piel al proponerte: “¿Por qué no te vienes a dormir a mi jaima. Yo te doy todo lo que necesitas?”, al acariciarte la mano porque piensa que tienes miedo a volar o al entregarte el único pañuelo que le queda porque cree que así no te dolerán los oídos.

Se ve en una madre de familia, con hijos, sobrinos y hermanos a su cargo que invierte el dinero que le envían a su hija desde España para comprar en una tienda de un campamento saharaui un traje tradicional para dos españoles a los que ve preocupados por no poder hacer frente a la climatología de un día normal, incluso frío, en su hogar.

Se ve en un ex combatiente del Frente Polisario que pone todo su tiempo y sus conocimientos al servicio de un grupo de reporteros a los que acaba de conocer y que nunca podrán agradecerle la amplia visión de su pueblo que les aporta.

Se ve en los 17 miembros de la directiva y los setenta delegados de zona de Solidaridade Galega co Pobo Saharaui que invierten todo su tiempo y buena parte de sus ingresos en hacer realidad el programa Vacaciones en Paz para dar una oportunidad a muchos niños y familias saharauis de mejorar sus condiciones de vida y enseñar al mundo todo lo que puede entregar un pueblo que acumula una historia de decepciones y abandonos.

Se ve en ayuntamientos como el de Sanxenxo, que cada año organiza proyectos y actividades para intentar convertir su municipio en el verdadero hogar de varias decenas de niños que llegan desde más allá del horizonte y se van dejando atrás un reguero de verdaderas lecciones morales y un rastro de valores.

(Los niños Protagonistas indiscutibles del programa Vacaciones en Paz. Fotografía: Pelu Vidal)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bonito texto, ojalá éstas y otras acciones, de colores diversos, vayan extendiendo ese concepto de solidaridad hasta el último de los rincones del planeta, y que se vea que las pequeñas acciones anónimas también cambian, y mucho, este mundo aún tan deshumanizado pero tan lleno de posibilidades de que sea de otra forma.Gracias