martes, 16 de septiembre de 2008

Faith Factory

Como la noche y el día, la realidad de los refugiados saharauis emerge en un estallido de contrastes que rompen el pensamiento occidental encorsetado por los estereotipos. La ignorancia, la conformidad, el desorden o la falta de aptitud se dan de bruces con la convicción de un pueblo que no se resigna a perder su pasado, ni su futuro, a merced de la política internacional. Faith Factory, el magazine trimestral que Faloka, madre de nuestro amigo Salama y periodista coordina, es un buen ejemplo. El nombre lo dice todo: fe, esperanza, acción.
Con 34 años y 4 hijos pequeños (se casó con 22), lleva sola su casa mientras su marido persigue en España “los papeles”. En el barrio 3 de la wilaya de El Aaiún, Faloka se encarga del Centro de la Mujer, donde también se imparten clases de electricidad o conducción en una sociedad eminentemente femenina.

La publicación se hace eco de la dramática situación de los suyos al otro lado del muro, en especial, de las mujeres. Cada número guarda siempre un espacio para recordar y ensalzar el valor de aquéllas que luchan en los territorios ocupados por un Sáhara libre y, gracias a gente como Faloka, nombres como el de Batul Sidi (madre de un ministro saharaui y 25 años encarcelada), viven en el imaginario colectivo.

Manifestaciones diarias en la calle, frente a frente con los soldados marroquíes a los que muestran sus pancartas reivindicativas, acaban con cargas violentas y, para algunos, con la cárcel, cuentan. Prisiones en las que, según muestran los folletos circulan de mano en mano por los campamentos, las condiciones de vida infrahumanas (donde la falta de espacio es abrumadora) y las torturas (abundan las imágenes de rostros ensangrentados, quemados y mutilados) dejan en evidencia el papel de la seguridad internacional.

Para muchos, casi todos, la tragedia nacional se hunde en la personal y las historias de familias partidas por el muro –como antes sucediera en otros lugares- se cuentan con la serenidad de quien lleva 33 años esperando. Pero la paciencia se agota, y entre los hombres se hace evidente la impotencia y la desolación: quieren volver “a hacer la guerra” porque, explican, “sin presión no avanzamos”. Lo dice Bendir, un soldado que aguarda ansioso coger las armas otra vez y que ahora trabaja de conductor-guía para los extranjeros. “Mi familia era muy rica, mi padre tenía muchos camellos y yo ahora dependo de un kilo de arroz para vivir”, se lamenta. “Para esta vida prefiero la muerte”. Su testimonio es demoledor y, sin embargo, no hay ni un ápice de resentimiento en su mirada. Como otros muchos culpa al Gobierno español de su destierro, pero agradece la mano tendida por la población.

Bendir quiere luchar y “se lo he dicho a nuestro presidente”. Dice que él es “un hombre de paz, muy bueno, escucha todas las ideas pero ya le ha dicho a la ONU que no puede controlar a todos los saharauis”. “Estamos preparados para aguantar 4 años de guerra”, el armamento (“sólo ruso”, puntualiza) espera en almacenes ocultos en el desierto el momento de dejar las pancartas y los panfletos y de volver a empuñar un rifle. Entre tanto, cada uno hace la ‘intifada’ como puede. Desde un periódico, como Faloka, o al servicio de un presidente demasiado paciente para Bendir, que aguarda con un ojo abierto en las trincheras.

Entre tanto, cada uno hace la ‘intifada’ como puede. Desde un periódico, como Faloka, o al servicio de un presidente demasiado paciente para Bendir, que aguarda con un ojo abierto en las trincheras.
(Fotografía: Pelu Vidal)

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