Se ve en Mohamedahmed, un niño de diez años que te atrapa en su sonrisa inocente y sincera cuando, apenas dos horas después de conocerte, tras varios minutos con la mirada perdida en el horizonte, te eriza la piel al proponerte: “¿Por qué no te vienes a dormir a mi jaima. Yo te doy todo lo que necesitas?”, al acariciarte la mano porque piensa que tienes miedo a volar o al entregarte el único pañuelo que le queda porque cree que así no te dolerán los oídos.
miércoles, 24 de septiembre de 2008
Pequeños gestos que enaltecen el concepto SOLIDARIDAD
Se ve en Mohamedahmed, un niño de diez años que te atrapa en su sonrisa inocente y sincera cuando, apenas dos horas después de conocerte, tras varios minutos con la mirada perdida en el horizonte, te eriza la piel al proponerte: “¿Por qué no te vienes a dormir a mi jaima. Yo te doy todo lo que necesitas?”, al acariciarte la mano porque piensa que tienes miedo a volar o al entregarte el único pañuelo que le queda porque cree que así no te dolerán los oídos.
martes, 23 de septiembre de 2008
Zambullirse en las risas del desierto
Cuando la cultura es el camino de la resistencia
Nuestro amigo Salama ha crecido rodeado por ese amor por la cultura. Empezando por su madre, Faloka, licenciada en Ciencias de la Información y responsable de la Casa de la Mujer de El Aaiún. Un centro que no sólo acoge una sala de lectura sino que también edita un magazine con espacio para la cultura tradicional, en especial, para la poesía. Un campo en el que está especialmente interesada una de las primas de Salama, Hori, arqueóloga y actual titular del departamento de Cultura del campamento. Desde aquí, Libertad (significado de Hori) centra sus esfuerzos en recuperar la cultura tradicional que sigue viva, sobre todo, en la memoria colectiva, si bien existen ya unos centros encargados de guardar en papel toda esa tradición oral que “Marruecos se empeña en hacer desaparecer”. Al menos así lo entiende la única poetisa publicada del pueblo saharaui, Nanna Labat Rachi, que ha sacado a la venta ya 3 libros, traducidos al francés, cuya temática gira en torno a la patria ocupada.
Hori, la arqueóloga, es un buen ejemplo de ello y hace, además, honor a su nombre por su personalidad arrebatadora y su carácter abierto, divertido y alejado de cualquier encorsetamiento. Dirige un grupo de música y danza saharaui integrado por 5 mujeres. Ella misma no tiene reparo alguno en mostrar sus conocimientos del baile tradicional, cargado de misterio y sensualidad. Aunque su marido está en España, no asoma en ella gesto alguno de victimismo o lástima. Muy al contrario, trabaja para construir.
lunes, 22 de septiembre de 2008
Educación, integración y autonomía para los discapacitados saharauis
sábado, 20 de septiembre de 2008
El muro de la vergüenza
A pesar de todo el drama que arrastra el conflicto, Embarek no se deja llevar por la frustración de ver su tierra ocupada y reacciona de forma casi juguetona al ver a los soldados instándole a que se aleje del muro, en la zona conocida como El Cuello, a 90 kilómetros de desierto del campamento de refugiados más cerano. “Estos ya están molestos, vamos a incordiar a otros”, sonríe, y añade: “Así gastan la plata en teléfono”. Al otro lado del muro, las tropas se movilizan ante la aproximación inusual de un vehículo civil.
Cada cuatro o cinco kilómetros está desplegado una compañía militar, generalmente infantería y paracaidistas. Cada 15 kilómetros hay un radar para informar a baterías de artillería próximas y hacia el interior es territorio minado, alambrado con obstáculos como muros de arena o de piedras y zanjas antitanques. El ejército marroquí dispone de radares capaces de detectar, de día o de noche, la presencia de una persona hasta una distancia de unos 30 kilómetros y la de vehículos a 60.
Este no es el primer Muro de la Vergüenza (cronológicamente es el tercero después de los de Berlín y México) y probablemente no será el último. La presencia de una barrera que divide en dos un mismo país busca minar la moral del enemigo al romper familias, aislar civiles en los que se genera un sentimiento de impotencia y vergonzante. Sin duda, en este caso, ha dejado una honda huella en la memoria colectiva del pueblo saharaui. De regreso a territorio argelino, la tensión se relaja tomando un te a la sombra de una acacia del desierto con el muro como telón de fondo, pero a Bendir y a Raúl todavía les “duele el corazón” cuando dirigen su mirada hacia la serpiente de arena.
Una firma en el libro del Museo del Ejercito de Liberación
viernes, 19 de septiembre de 2008
Hospitales de puertas abiertas
El camino ha sido largo pero en la actualidad es ya “casi el 90% de la población” la que acude a un médico profesional ante cualquier dolencia. Para ello, han sido necesarias muchas conferencias y charlas con las familias, acostumbradas a tratar los males con sus propios remedios. “Enseñamos a la gente que la cosa más linda es el hospital, con el suero, las ecografías…”. Quien habla es el subdirector del centro, un joven óptico formado en Cuba. Se muestra orgulloso del número creciente de pacientes que cada mañana llenan las consultas aunque ahora, con el Ramadán, es difícil ver alguno a partir de las doce, cuando el sol está en lo alto y la falta de líquido aumenta el riesgo de deshidratación.
Durante las guardias –el hospital permanece abierto las 24 horas-, siempre están operativos dos ginecólogos, un pediatra, una enfermera médica y un doctor. Y en el caso de que sea necesaria una intervención quirúrgica, los enfermos son remitidos en ambulancia a Rabunni, donde sí existen quirófanos.
Las chicas de Angala
jueves, 18 de septiembre de 2008
Campesinos del desierto
Un biorritmo que rezuma tranquilidad
Su rutina está marcada por una climatología que no perdona y que les obliga a organizar su día a día con un ritmo diferente. Las casas cobran vida muy temprano, cuando el sol todavía no se ha puesto en medio del cielo, a una hora que les permite disfrutar de un amanecer cargado de contrastes y aprovechar los únicos momentos frescos del día para realizar unas tareas repetitivas, pero nunca aburridas. Aquellos que trabajan fuera de casa se pierden entre las taimas y la aridez del desierto mientras todavía pueden caminar al aire libre y los que se quedan en casa apuran las primeras horas de claridad para dar de comer a las cabras, sacar agua de los pozos o recoger las mantas ordenadamente colocadas sobre la arena la noche anterior para soñar bajo un manto de estrellas. Los niños ponen rumbo a un colegio que les da libertad para no asistir cuando tienen otras ocupaciones pero al que intentan no faltar para no perder la sabiduría que pueden transmitirles sus maestros y sus compañeros (ellos lo tienes claro, un individuo aprende de cada persona que se cruza en tu camino). Los responsables del reparto de alimentos no pierden el tiempo y hacen llegar a cada familia su ración para que puedan organizar las comidas antes de que el sol tome el mando del nuevo día.
Cuando el astro rey se hace con el dominio de su jornada, el ritmo va descendiendo y, hacia el mediodía, ya son pocas las caras que se ven entre las siluetas de las construcciones de tela o adobe; a medida que avance el día irán siendo menos. El ritual de la preparación del té se repite en todos los hogares y centros de trabajo, en donde todos comparten lo que es de todos, y de ninguno a la vez, pues no están en su tierra, viven en un terreno prestado que no pueden considerar propio porque el suyo está ocupado detrás de un muro. Y después de la comida llega el momento de descansar. El calor impide a los habitantes de la arena salir al laberinto de calles desordenadas y durante las horas centrales del día el silencio y las elevadas climatologías que les rodean los empujan a dormitar, reflexionar y compartir charlas y confidencias con su familia. La individualidad no tiene sentido en un pueblo en el que padres, hijos, primos y abuelos duermen bajo el mismo techo, codo con codo y corazón con corazón, y los valores familiares se vuelven más importantes que cualquier posesión material.
Durante el Ramadán estos biorritmos están todavía más marcados. Este año el octavo mes lunar ha caído en septiembre y los adultos, ya sean hombres o mujeres practican la abstinencia total de todo aquello que rompe el ayuno (bien sea comida o bebida, fumar o relaciones sexuales) desde el alba hasta la puesta del sol, incrementan la lectura del Corán y rezan con mayor frecuencia en cada esquina. El ayuno es una escuela de disciplina y doctrina, tanto espirituales como morales, pero pueden ignorarlo las mujeres que están embarazadas o tienen la menstruación y aquellas personas a quienes su salud o integridad física no les permitan un mes de depuración.
Con el Ramadán los saharauis se levantan todavía más temprano para su última comida antes del amanecer y pasan el día ahorrando energía para orar y limpiar su mente durante quince horas, hasta que el sol se vaya de nuevo de sus vidas. Cuando cae la noche, ya reconfortados por el rezo y el alimento, vuelven a permitirse derrochar energía vital y recuperan los momentos compartidos.
El tiempo en el Sáhara pasa a un ritmo diferente y les permite profundizar en sus valores. El reloj da a sus habitantes momentos para pensar, reflexionar y ser felices; y todavía les deja la oportunidad de hacer gala de su bondad y les convierte en un pueblo que desprende un perfume a hospitalidad por todos sus poros, aún cuando la historia ha sido hostil con ellos y muy pocas personas les dan algo a cambio de nada. Dependen de la limosna de un plato de arroz para sobrevivir y no les importa privarse de ellos para hacer su casa más acogedora al que llega de fuera, entregar su serenidad y compartir la profundidad de sus miradas con gentes que surgen detrás del polvo del desierto y nunca podrán agradecer lo suficiente el fuerte abrazo que les arropa y les hace recuperar la perspectiva de las cosas que realmente son importantes y vale la pena cuidar.
miércoles, 17 de septiembre de 2008
Bendir Hadya: "Prefiero morir defendiendo mi tierra que vivir bajo la represión"
Estamos muy cerca del muro… ¿Podría explicarnos qué se ve y qué queda oculto tras la barrera de arena?
¿Cuántos soldados marroquíes vigilan el muro?
¿Cuántas minas hay?
Los marroquíes llevan treinta años construyendo esta barrera y siguen en ello…
¿Sigue habiendo accidentes?
¿Es posible calcular el número de presos saharauis?
Hablas de un conflicto largo, pero aún no ha terminado. ¿Qué pasará ahora?
¿Cómo viven los saharauis que resisten al otro lado del muro?
Si esto sigue como hasta ahora, ¿el pueblo saharaui podría llegar a desaparecer?
¿Qué recuerdas de tus días de soldado?
¿Qué opinas del presidente de tu Gobierno, Mohamed Abdelazid?
¿Qué dejaste tú detrás del muro?
(Fotografía de Pelu Vidal en la que el militar del Frente Polisario, Bendit Hadya, exhibe uno de los elementos de defensa de los que dispone el ejercito a ese lado del muro en el Sáhara)
martes, 16 de septiembre de 2008
Decidir en libertad
Una de esas construcciones venidas abajo era la de Asma, en la que vivió durante un año con el que fue su marido hasta hace el mismo tiempo. Por fortuna, no llegaron a tener hijos porque el hombre resultó “no ser lo que esperaba”.
Maquillada durante todo el día y muy pendiente de estar bien combinada. Pero Asma se cubre con su melfa desde que a los 11 años empezó a asumir las responsabilidades de su familia, mucho antes de la edad habitual en los campamentos de refugiados. No lo hace por imposición o tradición, sino por decisión; una elección meditada y con fundamento. Esta vestimenta, una tela de unos cuatro metros con la que rodea toda la silueta, protege su cabeza de la intensidad del sol más denso del desierto; oculta su cara de unos rayos que dan más color a su piel morena en una sociedad en la que un cuerpo pálido constituye el canon de belleza; y desdibuja las formas de un cuerpo que le avergüenza mostrar a los hombres.
Asma tuvo la libertad de elegir. De decir sí a un marido al que luego abandonó. De optar por una melfa que solo deja a la vista sus intensos ojos negros, más profundos cuando alarga sus pestañas con una capa de rimel. Pero esa libertad tiene sus limitaciones; acaba donde empiezan las convicciones que le vienen dadas de una sociedad en la que la mujer no fuma, y las primeras en hacerlo están siendo el centro de todas las miradas; de unas costumbres que dejan a las niñas encerradas en un internado en Argelia mientras sus hermanos varones pueden vivir la ciudad. Su libertad está ahí y Asma sabe que puede elegir, pero la educación que le ha sido dada le dice que su entramado social funciona bien cuando las mujeres se quedan en casa cocinando y limpiando mientras los hombres trabajan o charlan a la sombra de una casa destrozada.
Algunas de sus familiares optaron por continuar con su formación. Una de sus hermanas, de 19 años, ha decidido continuar sus estudios secundarios en Argelia y su prima suspira por ser arquitecta, pero Asma decidió ¿por si misma? dejar a un lado las clases y cambiarlas por una vida en la que “mis profesoras son las cabras”. Cómo no tomar ese camino en una familia marcada por la tragedia en la que, cuando se va el calor del verano, y llega el frío invierno, ella y su tía son las únicas mujeres en edad de trabajar que queda en la casa, con un niño de un año y tres meses a su cargo (Aladin, el hermano de Jadidja).
Su padre, ciego después de que una bomba explotase a escasos metros de sus ojos durante la guerra, pasa el verano en el campo, a 400 kilómetros de su casa, incapaz de soporta la crudeza del desierto. Su hermano mayor se convirtió en el orgullo de todo su entorno al alistarse en el ejercito y contribuir a defender un territorio que tanto le ha costado recuperar al Frente Saharaui tras ser ocupado por Marruecos. Y, desde hace dos años, todos deben vivir en la jaima de sus abuelos porque la suya se agrietó y vino abajo con unas gotas de lluvia, las únicas que cayeron en su wilaya aquel invierno. La suya es “una familia flaca”, como la define su abuelo, porque está cimentada en mujeres en una sociedad que sitúa a los hombres a la cabeza de la jerarquía.
A Asma le encantaría viajar a España, a ser posible, a Galicia, pero las desgracias y desencuentros de su historia se lo impiden. Después de pasar dos meses de ‘Vacaciones en Paz’ en Extremadura cuando tenía ocho años, sus padres decidieron que no volvería. Ya de mayor, con los papeles de su matrimonio firmados y libre de nuevo con un divorcio que ya empieza a ser natural en los campamentos, quiso regresar, pero la mala salud la visitó y su estómago acumula ya tres operaciones en el hospital de Rabuni por una enfermedad cuyos detalles desconoce.
Ahora quiere hacer su viaje, pero no tiene dinero para costear el papeleo. Únicamente quiere que le permitan visitar un hospital para que la curen, pero la burocracia está ahí para complicarle sus deseos.
Asma se queda en casa sin viajar ni estudiar. Asma se cubre con una melfa. Asma embellece el ritual del té cuidando al máximo cada detalle, desde cuidar la colocación de su vestimenta hasta cruzar sus piernas siempre con la misma meticulosidad. Asma cocina con sus propias manos el mejor Sable del mundo, unas galletas con mermelada que hacen inolvidable tu primer amanecer en el desierto.
(Fotografía: Pelu Vidal)
Faith Factory
La publicación se hace eco de la dramática situación de los suyos al otro lado del muro, en especial, de las mujeres. Cada número guarda siempre un espacio para recordar y ensalzar el valor de aquéllas que luchan en los territorios ocupados por un Sáhara libre y, gracias a gente como Faloka, nombres como el de Batul Sidi (madre de un ministro saharaui y 25 años encarcelada), viven en el imaginario colectivo.
Manifestaciones diarias en la calle, frente a frente con los soldados marroquíes a los que muestran sus pancartas reivindicativas, acaban con cargas violentas y, para algunos, con la cárcel, cuentan. Prisiones en las que, según muestran los folletos circulan de mano en mano por los campamentos, las condiciones de vida infrahumanas (donde la falta de espacio es abrumadora) y las torturas (abundan las imágenes de rostros ensangrentados, quemados y mutilados) dejan en evidencia el papel de la seguridad internacional.
Para muchos, casi todos, la tragedia nacional se hunde en la personal y las historias de familias partidas por el muro –como antes sucediera en otros lugares- se cuentan con la serenidad de quien lleva 33 años esperando. Pero la paciencia se agota, y entre los hombres se hace evidente la impotencia y la desolación: quieren volver “a hacer la guerra” porque, explican, “sin presión no avanzamos”. Lo dice Bendir, un soldado que aguarda ansioso coger las armas otra vez y que ahora trabaja de conductor-guía para los extranjeros. “Mi familia era muy rica, mi padre tenía muchos camellos y yo ahora dependo de un kilo de arroz para vivir”, se lamenta. “Para esta vida prefiero la muerte”. Su testimonio es demoledor y, sin embargo, no hay ni un ápice de resentimiento en su mirada. Como otros muchos culpa al Gobierno español de su destierro, pero agradece la mano tendida por la población.
Bendir quiere luchar y “se lo he dicho a nuestro presidente”. Dice que él es “un hombre de paz, muy bueno, escucha todas las ideas pero ya le ha dicho a la ONU que no puede controlar a todos los saharauis”. “Estamos preparados para aguantar 4 años de guerra”, el armamento (“sólo ruso”, puntualiza) espera en almacenes ocultos en el desierto el momento de dejar las pancartas y los panfletos y de volver a empuñar un rifle. Entre tanto, cada uno hace la ‘intifada’ como puede. Desde un periódico, como Faloka, o al servicio de un presidente demasiado paciente para Bendir, que aguarda con un ojo abierto en las trincheras.
Cuatro días en el Sáhara llenos de sensaciones, experiencias y vivencias inolvidables
Fue la primera muestra de solidaridad de los miembros de Agareso, ayudando a los miembros de Solidariedade Galega co Pobo Saharaui con la inestimable colaboración de dos turistas andaluces recién aterrizados que colaboraron alarmados por nuestra penosa situación física.
Ya dentro del avión, Lara vivió un momento de pánico al tener que enfrentarse a 100 niños en solitario (Natalia gestionaba la parte trasera mientras Suso y Pelu echaban una siesta en primera clase). Fueron cinco horas de viaje en las que los cuatro sorteamos vómitos, pises y gritos, muchos gritos mientras las azafatas se hacían las argelinas. Los niños llevaban pilas Duracell.
-Día 12 de septiembre: A las 2 de la mañana tocamos suelo africano. En el aeropuerto de Tindouf Natalia vivió su primer momento de pánico. Uno de los responsables de seguridad vino a buscarla al aparcamiento para comunicarle que tenía prohibida su entrada en Argelia. Debía pasar la noche en Tindouf y ser repatriada a España. Ahí conoció el “dudoso” sentido del humor argelino.
Poco después, Natalia y Lara… vini, vidi, vinci. Dos mozuelos del lugar, uno “de Rodeiro”, intentaban echarles el lazo. Mientras, unos metros más allá, Pelu también tenía su panic moment. 200 niños le asediaban gritando: “¡Foto, foto!”
Al pisar por primera vez la arena del desierto vivimos nuestro momento mágico. El Sáhara nos abrió sus brazos bajo un cielo más limpio y estrellado que nunca. La gran aventura empezó cuando nuestras familias de acogida nos anticipaban en el primer encuentro su extraordinaria calidez. En medio de la oscuridad y a miles de kilómetros de casa, entramos a formar parte de la cadena solidaria que arrancaba en Sanxenxo unos meses atrás de la mano de Belén y Laura, y que ahora sellaban Faloka y Horia abriéndonos las puertas de sus hogares.
Nuestra compañera Laura López, coordinadora de este proyecto, es el candado que ayudó a cerrar el círculo.
(Fotografía: Pelu Vidal)
lunes, 15 de septiembre de 2008
Un desierto llamado hogar
Miles de niños cogen cada verano sus mochilas, se montan en el avión y toman tierra en otros puntos del globo más afortunadamente situados, si bien la mayoría se decanta por la península ibérica. También, quizás, porque aquí está la patria de su segunda lengua. Desde Asturias a Andalucía o Galicia, brazos abiertos les esperan para compartir con ellos un verano más fresco, lejos de los 50 grados del desierto al que regresan ya, a principios de septiembre.
Salama no se ajusta al prototipo de niño extrovertido, alegre y despreocupado que podría encajar con su edad. Sin embargo, y aunque su típico gesto serio no le abandona al volver a casa, está claro que es aquí donde reside su felicidad.
Sin perderles de vista, Salama y Jadizja (los dos protagonistas de esta historia), guían a sus invitados hacia un autobús redecorado con la bandera del Sáhara Libre que conducirá al grupo a la wilaya de El Aaiún, a no más de una hora de camino.
Primero, la familia
Destino final: morriña de Galicia
Risas con los compañeros, bromas sobre la nueva imagen que muestra con el sombrero de vaquera que le regalaron en su despedida y el descubrimiento de todas las novedades que cada uno de los 251 niños que le acompañan llevan al Sáhara separan este momento del próximo más emotivo del viaje: el momento en que el avión despega y empieza a sonar música española de su nuevo MP4, para recordar una vez más las noches de baile y diversión en las verbenas que tanto le llamaron la atención. Comparte sus canciones con sus amigas y una de ellas sorprende a los reporteros de Agareso con una melodía que les sorprende, emociona y quedará grabada en su mente para siempre. Se marcaría con acero en la cabeza de cualquier no musulmán. Es una versión cantada del Corán. “Te lo pongo para que te acostumbres, le escucharás mucho en los próximos días, vienes a los campamentos con el Ramadán”.