lunes, 22 de septiembre de 2008

Educación, integración y autonomía para los discapacitados saharauis

“El inicio es difícil, pero la historia me demostró que todo es posible”. Si alguien conoce al cien por cien el significado de esta expresión es Buyema Abdelfatah, un pastor de cabras sin estudios ni preparación específica que, con su valentía y fuerza de voluntad, ha logrado un hito en la historia de todos los campos de refugiados a nivel internacional: la creación del primer centro para la educación y la integración de personas disminuidas que se pone en marcha en estas circunstancias.

Levantó de la nada un colegio al que en la actualidad acuden 68 alumnos de entre seis y 28 años y durante más de una década ha tenido que soportar que sus vecinos le tildasen de loco y se riesen de sus descabellazas ideas. Pero Castro, como le conocen en todos los campamentos de saharuis en Argelia por el parecido que tenía con el líder cubano durante su etapa en el ejército, nunca perdió de vista su objetivo y ahora puede sentirse orgulloso de haber logrado que sufrir una discapacidad no sea motivo de marginación en una sociedad que se ve obligada a priorizar la productividad frente a las personas por el entorno inhóspito al que ha sido relegada.

Hasta que Castro se cruzó en la historia del pueblo saharaui, se contaban por decenas los niños discapacitados desaparecidos en el desierto sin que nadie acudiese en su búsqueda, los muertos en incendios porque estaban atados a una silla cuando se iniciaban las llamas y los abandonados por sus familias porque no eran más que una carga social. Este revolucionario, el padre de la educación especial en la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), ha dado una oportunidad a los pequeños que nacen con alguna deficiencia y, desde el centro de educación especial que puso en marcha en el año 1995 en el campamento de refugiados de Smara, lucha por conseguir los tres objetivos de su proyecto: educación, integración y no marginación y autonomía para todos los exiliados en el inhóspito desierto.

Antes de su llegada, los discapacitados no estaban marginados solo por la sociedad, sino, lo que resulta más duro, por sus propias madres, pero ha conseguido que esto niños se conviertan en personas productivas y útiles para la sociedad que en la actualidad asumen trabajos como el reparto del agua por las wilallas.

“Lo que me costó que la gente piense que el niño deficiente no se puede marginar”, recuerda con nostalgia cuando hecha la vista atrás trece años y le viene a la mente todo el trabajo de concienciación que realizó en la periferia de Smara y con las ocho familias que eligió para poner en marcha el primer curso educativo de su centro. Únicamente logró autorización para llevar a dos niños al cubículo con una única sala que le prestaron en medio del campamento. ¡Y ahora son las propias familias las que le piden que eduque a sus pequeños y que haya un pequeño centro de educación e integración en cada uno de los cinco campamentos de refugiados saharauis!

El proyecto de Castro es una iniciativa personal para la que consiguió un acuerdo político del Estado, pero no financiación, de ahí que los grandes logros de Castro no serían posibles sin un gran tesón, mucho trabajo y una personalidad fuerte que nunca le permite que el ánimo decaiga. Esta gran capacidad de sacar lo mejor de cada persona se detecta ya en cuanto bajas del cuatro por cuatro y encuentras a dos metros con un hombre de mirada brillante que enseña todos los dientes y levanta el cartel: “La persona que no sabe sonreír, no sabe ser feliz. No pierdas nunca la sonrisa”, con la bandera de la RASD ondeando al fondo y el cartel “ocuparse del deficiente mental es un gesto humano" pintado sobre el adobe. Esta bienvenida al centro que dirige, y en el que ejerce como médico y educador, resume a la perfección el carácter de un soldado indomable que reconoce “no tener pelos en la lengua” cuando reclama un pago justo por las artesanías de sus alumnos y una aportación para comprar ochenta servicios de mesa para el comedor del colegio. En un recorrido por el pequeño oasis que ha logrado levantar en medio del desierto muestra satisfecho las distintas fases por las que pasó un centro que levantó en una sociedad en la que hasta hace poco, tener una discapacidad psíquica o física era poco menos que una maldición de Alá.

A base de esfuerzo, imaginación (explica, satisfecho, que “un caramelo es una actividad educativa, permite conocer los colores, desarrollar la psicomotricidad y poner en marcha varios sentidos”) y ayudas con origen de lo más variopinto (Ia biblioteca fue un regalo de boda de una pareja de profesores catalanes que trabajaron en el centro), Castro diseñó un programa en tres fases en el que, en cuatro o cinco años, un deficiente consigue demostrar que no se le puede marginar. La etapa experimental-educativa incide en las actividades cotidianas que una persona tiene que desarrollar para desenvolverse en la vida de forma autónoma, tales como atarse los cordones de los zapatos, aprender a comer o cuidar la higiene personal y la limpieza del centro.

Tras esta fase, los alumnos intentan llevar a la práctica lo aprendido, y tras una evaluación, se integran en el taller para el que pueda tener más cualidades: carpintería, jardinería o pintura. En estas clases realizan trabajos que luego venden y, al final del trimestre, cuando vuelven a casa para pasar diez días de vacaciones, se les entrega el dinero que han recaudado para que puedan ir al mercado y llevar comida a casa, demostrando a sus familias que no son una carga, que son productivos. Con estos gestos, ellos mismos se dan cuenta de que pueden ser autonomos, que no tienen que pedir limosna y pueden ofrecer mucho a un entramado social que ha logrado sobrevivir a un exilio de 33 años en el inhóspito desierto.

La escuela de Castro tiene poco más de 200 metros cuadrados, con un área de recreo que sirve de frontera para acceder a este reducto de la integración en medio del desierto. Un oasis que su fundador entrega desinteradamente al pueblo saharaui, el único en el que pensaba cuando la creó, pues “yo vi que, durante los treinta años que lleva en el desierto, se han hecho muchos logros, en medicina, en cultura, en educación, pero el deficiente estaba olvidado, y ya somos pocos como para tener a un colectivo marginado, por eso quise participar”. Con este anhelo como horizonte, este antiguo beduino (pastor nómada de cabras y camello que se mueve en una haima a lo largo de los kilómetros de arena) que entró en el Frente Polisario con 16 años, en 1974, dedicó todo su tiempo a formarse, a leer páginas y páginas de psicología, pedagogía, medicina... y a aprender idiomas para poner en pie esta experiencia pionera. “Una palabra, un día. Treinta días, treinta palabras”, esta es la forma en qué explica cómo logró expresarse con tanta soltura en español y hablar en palabras técnicas y especializadas.

Para hacer realidad su sueño, formó a las diez jóvenes voluntarias que trabajan con él en atención a personas con discapacidades psíquicas y sensoriales. El equipo visita a las familias de los niños cada tres meses para evaluarías y pone en marcha actividades innovadoras y capaces de asimilar en un centro construido en adobe dotado con recursos muy mediocres, pero que va creciendo a pasos agigantados.

En la actualidad, dispone de cuatro aulas, dos talleres, cocina, comedor, dos baños, dos duchas, un despacho, un dispensario médico y un patio central y el próximo 4 de octubre, cuando empiece el nuevo curso, inaugurará un aula de relajación para tratar patologías como la hiperactividad.Castro ha logrado demostrar que “en el desierto no crecen árboles ni plantas, pero florecen las personas”.
(Fotografía: Pelu Vidal)

1 comentario:

Anónimo dijo...

No sé si este blog seguirá activo, pero quiero decir que hace menos de 2 semanas volví del campamento de Smara y tuve el gran placer de visitar el centro Castro. Fue una de las mejores experiencias de mi vida. Aprendí más en 20 minutos de explicación de este gran hombre que en muchas largas charlas. Lo que él ha conseguido, desde mi punto de visa, es algo impensable en la sociedad en la cual vivimos nosotros ahora mismo, este acto tan lleno de altruismo. Espero sinceramente que algun día tengan el placer de ir al campamento y mas concretamente al centro.