martes, 16 de septiembre de 2008

Cuatro días en el Sáhara llenos de sensaciones, experiencias y vivencias inolvidables

-Día 11 de septiembre: Llegamos al aeropuerto de Santiago y allí pudimos experimentar el duro trabajo de porteador al descargar las maletas de los 252 niños saharauis que llegaron en cinco autobuses y un minibús, además de una furgoneta con ayuda humanitaria y material informático.

Fue la primera muestra de solidaridad de los miembros de Agareso, ayudando a los miembros de Solidariedade Galega co Pobo Saharaui con la inestimable colaboración de dos turistas andaluces recién aterrizados que colaboraron alarmados por nuestra penosa situación física.
Agotados y tirados en una sala del aeropuerto, presenciamos una escena típica de la Semana Fantástica de El Corte Inglés: boinas parisinas, peinados punky, manicura francesa (Pelu aprendió a hacerse las uñas), gafas de sol ultra modernas, estética rapera, brazos cubiertos de pulseras hasta el codo, móviles de última generación y todo tipo de aparatos electrónicos. Y entre los 252 niños una empleada de la limpieza sudaba la gota gorda para intentar acabar su trabajo a la hora.

Ya dentro del avión, Lara vivió un momento de pánico al tener que enfrentarse a 100 niños en solitario (Natalia gestionaba la parte trasera mientras Suso y Pelu echaban una siesta en primera clase). Fueron cinco horas de viaje en las que los cuatro sorteamos vómitos, pises y gritos, muchos gritos mientras las azafatas se hacían las argelinas. Los niños llevaban pilas Duracell.

-Día 12 de septiembre: A las 2 de la mañana tocamos suelo africano. En el aeropuerto de Tindouf Natalia vivió su primer momento de pánico. Uno de los responsables de seguridad vino a buscarla al aparcamiento para comunicarle que tenía prohibida su entrada en Argelia. Debía pasar la noche en Tindouf y ser repatriada a España. Ahí conoció el “dudoso” sentido del humor argelino.
Mientras los niños trepaban por los camiones-autobús para volver a sus casas y nosotros esperábamos por el equipaje, Suso, con ansiedad de nicotina, revivió cuando un saharaui le confesaba: “Aquí puedes fumar hasta en el hospital”.

Poco después, Natalia y Lara… vini, vidi, vinci. Dos mozuelos del lugar, uno “de Rodeiro”, intentaban echarles el lazo. Mientras, unos metros más allá, Pelu también tenía su panic moment. 200 niños le asediaban gritando: “¡Foto, foto!”
Dos horas después pudimos subirnos a un autobús que gritaba ¡Sáhara Libre! sin sospechar que sería una auténtica romería. Allí estaba nuestro amigo de Rodeiro echando un pitillito mientras atravesábamos el desierto a ritmo de reggaeton saharaui. Uno de los soldados de un check-point detectó la presencia de Suso, rodeado de niños, al fondo del vehículo y rompió la magia del momento pidiéndole el pasaporte, sólo a él.
Entramos en el campamento y una ambulancia con todas las sirenas en marcha anunciaba nuestra llegada, por si la megafonía del autobús hubiese dejado a alguien dormido.

Al pisar por primera vez la arena del desierto vivimos nuestro momento mágico. El Sáhara nos abrió sus brazos bajo un cielo más limpio y estrellado que nunca. La gran aventura empezó cuando nuestras familias de acogida nos anticipaban en el primer encuentro su extraordinaria calidez. En medio de la oscuridad y a miles de kilómetros de casa, entramos a formar parte de la cadena solidaria que arrancaba en Sanxenxo unos meses atrás de la mano de Belén y Laura, y que ahora sellaban Faloka y Horia abriéndonos las puertas de sus hogares.

Nuestra compañera Laura López, coordinadora de este proyecto, es el candado que ayudó a cerrar el círculo.

(Fotografía: Pelu Vidal)


1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha gustado, me recordasteis la 1ª vez que yo fui al sahara.
Plasmais prefectamente los sentimientos de los que llegan y allí esperan.
Habeis conseguido que en mi rostro se deslizase una lagrima y contenido muchas otras.
Enhora buena chicos
Alejandra