sábado, 20 de septiembre de 2008

El muro de la vergüenza

"Vete de ahí. No estás en tú territorio”. A escasos ochenta metros del muro construido por los marroquíes a principios de los 80 para aislar el territorio saharaui tras la felonía española, el conflicto cobra otra dimensión. Embarek Lehsan, conocido como Raúl desde su etapa como estudiante en Cuba, clava la mirada en los soldados que empiezan a despuntar tras la barrera de arena a la altura de la base 25, ante la proximidad de un Toyota procedente de los territorios liberados. Tras la alambrada hay todo un operativo militar preparado para actuar, prueba de que la guerra aún no ha acabado.

A pesar de todo el drama que arrastra el conflicto, Embarek no se deja llevar por la frustración de ver su tierra ocupada y reacciona de forma casi juguetona al ver a los soldados instándole a que se aleje del muro, en la zona conocida como El Cuello, a 90 kilómetros de desierto del campamento de refugiados más cerano. “Estos ya están molestos, vamos a incordiar a otros”, sonríe, y añade: “Así gastan la plata en teléfono”. Al otro lado del muro, las tropas se movilizan ante la aproximación inusual de un vehículo civil.
Aunque a primera vista a penas se ve más que una larguísima duna precedida por una alambrada, en la retaguardia se levanta un conjunto consecutivo de distintos muros.

Cada cuatro o cinco kilómetros está desplegado una compañía militar, generalmente infantería y paracaidistas. Cada 15 kilómetros hay un radar para informar a baterías de artillería próximas y hacia el interior es territorio minado, alambrado con obstáculos como muros de arena o de piedras y zanjas antitanques. El ejército marroquí dispone de radares capaces de detectar, de día o de noche, la presencia de una persona hasta una distancia de unos 30 kilómetros y la de vehículos a 60.
Todo este potencial militar no es suficiente para doblegar la voluntad del pueblo saharaui, que, pancarta en mano, se manifiesta cada 27 de Febrero (conmemorando la proclamación de la República Democrática Saharaui) para recordar al rey marroquí: “Mohamed, capullo, el Sáhara no es tuyo”. Una fortaleza desconocida para sus opresores cuando pensaban que una semana seria suficiente para borrarlos del mapa. “Pero calcularon mal”, comentan a los periodistas que les acompañan, “llevamos 33 años de resistencia”. Precisamente por eso se levanto este “Muro de la Vergüenza”, construido sobre los cadáveres de aquellos que quisieron cruzarlos para recuperar su tierra. Así lo bautizo el cantante Mohamed Embarek en una canción compuesta desde Cuba en los años noventa.

Bendir Hadya, soldado en la reserva, recuerda con nostalgia las batallas en las que el Frente Polisario fue capaz de atravesar las líneas enemigas. Fueron tres incursiones al otro lado del muro que obligaron a los invasores a reforzar la seguridad, hasta el punto de que aun hoy siguen construyendo nuevas fosas antitanques y muros defensivos e incluso han entrenado perros para detectar a posibles infiltrados.

La franja que separa los campamentos de refugiados del muro, habitada esporádicamente por los beduinos, se ha convertido en una zona de alto riesgo. Restos de explosivos y metralla todavía sin explosionar y minas antipersona (algunas fuentes hablan de unas 100.000 unidades) hasta un kilómetro fuera de la valla causan todavía hoy muertes y mutilaciones. Especial preocupación despierta en el Frente Polisario los niños beduinos que desconocen la peligrosidad de los artefactos. Pero si hay algún punto caliente a lo largo de los más de 2.000 kilómetros de muro es la región de Tifariti, donde la causa saharaui ha movilizado a buena parte de sus fuerzas, por lo cual los marroquíes han aumentado el número de bases militares. Allí los asentamientos poblaciones empiezan a crecer. Los movimientos del Frente Polisario parecen indicar un cambio en su estrategia al intentar acercar los campamentos a la barrera, en una zona deshabitada y hasta ahora considerada de riesgo.

Este no es el primer Muro de la Vergüenza (cronológicamente es el tercero después de los de Berlín y México) y probablemente no será el último. La presencia de una barrera que divide en dos un mismo país busca minar la moral del enemigo al romper familias, aislar civiles en los que se genera un sentimiento de impotencia y vergonzante. Sin duda, en este caso, ha dejado una honda huella en la memoria colectiva del pueblo saharaui. De regreso a territorio argelino, la tensión se relaja tomando un te a la sombra de una acacia del desierto con el muro como telón de fondo, pero a Bendir y a Raúl todavía les “duele el corazón” cuando dirigen su mirada hacia la serpiente de arena.
(Fotografías: Pelu Vidal)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Militarmente, los saharauis no tienen nada que hacer, y habiendo visto lo mal que se porta siempre la comunidad internacional, ¿por qué no se rinden? ¿Por qué no aceptan el régimen marroquí e intentan sacar provecho de ello? Incluso, podrían convencer poquito a poco a los propios marroquíes, desde dentro, y el tiempo dirá, ¿no? Me gusta ser una persona práctica y jugar varias tácticas, aunque no sean exactamente buenas, y tal como he leído, los saharauis tienen todas las de perder ahora mismo. Yo haría como los conversos cuando los Reyes Católicos los querían echar de España...