jueves, 18 de septiembre de 2008

Campesinos del desierto

En un lugar donde apenas se puede ver algo más que arena, descubrir una huerta es, cuando menos, sorprendente. Más aún si el sistema de trabajo establecido deja atrás el famoso concepto de paridad y lleva al extremo la esencia del comunismo.

El viejo guardia que la custodia desde hace casi 30 años (en concreto, desde 1979), cuando empezó a funcionar, explica que aquí se dan calabazas, cebollas, zanahorias, melones y sandías, en un intento de autarquía que permite que “a nadie le falte un plato de comida”. La cosecha se reparte de forma gratuita entre la población y, en contra de lo que pudiera parecer, en ocasiones es tan abundante –“muchos kilos, muchísimos”, dice- que las hortalizas sobrantes se destinan a otras wilayas y hospitales.

Son 30 los trabajadores de la tierra, 15 hombres y 15 mujeres, que llegado el momento de la cosecha reciben la ayuda, además, del jefe de la wilaya y su familia. El día a día lleva a los campesinos del desierto a enfrentarse a las horas más calurosas del día, entre las cuatro y las seis por la tarde y de ocho a doce por la mañana. Quizás por eso, igual que sucede en otras partes del mundo, el momento de la recogida se convierte en una fiesta animada por un grupo musical que pone ritmo a la victoria del hombre sobre la naturaleza porque es más que difícil imaginar cómo se puede cultivar una sandía en arena del desierto.

Son 4 hectáreas de terreno rodeadas por hileras de cañaverales que impiden el paso de la arena y el viento y sirven, además, para separar los distintos cultivos en los que los excrementos de ave son los abonos más utilizados. Camiones cargados con ellos se desplazan semanalmente desde una granja de pollos cercana siguiendo así esa política de reciclaje que gracias a la ayuda internacional y al carácter saharaui permite disfrutar de unos campamentos limpios en los que la falta de recursos no va pareja, en ningún caso, a la carencia de higiene.

Como bien preciadísimo que aquí es el agua, cada gota cuenta. Largos tubos para el regadío asoman sobre la tierra a lo largo de las plantaciones desde un pozo situado al otro lado de la parcela, dando de beber mediante goteo, a los pequeños brotes de la nueva cosecha sementada hace apenas mes y medio.

“Se puede cultivar cualquier tipo de cosa, la huerta es muy buena”, dice el guardia. Como un vergel en medio de la nada, este espacio verde parece hacer más respirable la vida en la árida superficie desértica.

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