martes, 16 de septiembre de 2008

Decidir en libertad

En una casa de adobe de la daira de Angala. Su rostro iluminado por la luz de un amanecer que trae la vida a un campamento que parecía desierto y el resto de su cuerpo cubierto por una melfa (traje tradicional de la mujer saharaui), Asma prepara el té silenciosa, expectante a cualquier posible petición de sus invitados y muy curiosa con lo que dicen a su alrededor a pesar de que prácticamente no entiende ni habla el español que este verano tanto han perfeccionado su hermana Jadidja y su tío Said. O, quizás, precisamente por eso. Por la profundidad de su mirada, la seguridad de sus movimientos y los gestos maternales con los que sirve a Jadidja el primer desayuno en el Sáhara, Asma podría parecer la cabeza de familia, pero tan sólo tiene 21 años. A pesar de su juventud, arrastra una historia que la ha hecho madurar rápidamente en medio del paisaje uniforme que conforman a su alrededor arena sobre arena, adobe derretido de casas destrozadas por el agua, jaimas y vestimentas de colores brillantes.

Una de esas construcciones venidas abajo era la de Asma, en la que vivió durante un año con el que fue su marido hasta hace el mismo tiempo. Por fortuna, no llegaron a tener hijos porque el hombre resultó “no ser lo que esperaba”.

Maquillada durante todo el día y muy pendiente de estar bien combinada. Pero Asma se cubre con su melfa desde que a los 11 años empezó a asumir las responsabilidades de su familia, mucho antes de la edad habitual en los campamentos de refugiados. No lo hace por imposición o tradición, sino por decisión; una elección meditada y con fundamento. Esta vestimenta, una tela de unos cuatro metros con la que rodea toda la silueta, protege su cabeza de la intensidad del sol más denso del desierto; oculta su cara de unos rayos que dan más color a su piel morena en una sociedad en la que un cuerpo pálido constituye el canon de belleza; y desdibuja las formas de un cuerpo que le avergüenza mostrar a los hombres.

Asma tuvo la libertad de elegir. De decir sí a un marido al que luego abandonó. De optar por una melfa que solo deja a la vista sus intensos ojos negros, más profundos cuando alarga sus pestañas con una capa de rimel. Pero esa libertad tiene sus limitaciones; acaba donde empiezan las convicciones que le vienen dadas de una sociedad en la que la mujer no fuma, y las primeras en hacerlo están siendo el centro de todas las miradas; de unas costumbres que dejan a las niñas encerradas en un internado en Argelia mientras sus hermanos varones pueden vivir la ciudad. Su libertad está ahí y Asma sabe que puede elegir, pero la educación que le ha sido dada le dice que su entramado social funciona bien cuando las mujeres se quedan en casa cocinando y limpiando mientras los hombres trabajan o charlan a la sombra de una casa destrozada.

Algunas de sus familiares optaron por continuar con su formación. Una de sus hermanas, de 19 años, ha decidido continuar sus estudios secundarios en Argelia y su prima suspira por ser arquitecta, pero Asma decidió ¿por si misma? dejar a un lado las clases y cambiarlas por una vida en la que “mis profesoras son las cabras”. Cómo no tomar ese camino en una familia marcada por la tragedia en la que, cuando se va el calor del verano, y llega el frío invierno, ella y su tía son las únicas mujeres en edad de trabajar que queda en la casa, con un niño de un año y tres meses a su cargo (Aladin, el hermano de Jadidja).

Su padre, ciego después de que una bomba explotase a escasos metros de sus ojos durante la guerra, pasa el verano en el campo, a 400 kilómetros de su casa, incapaz de soporta la crudeza del desierto. Su hermano mayor se convirtió en el orgullo de todo su entorno al alistarse en el ejercito y contribuir a defender un territorio que tanto le ha costado recuperar al Frente Saharaui tras ser ocupado por Marruecos. Y, desde hace dos años, todos deben vivir en la jaima de sus abuelos porque la suya se agrietó y vino abajo con unas gotas de lluvia, las únicas que cayeron en su wilaya aquel invierno. La suya es “una familia flaca”, como la define su abuelo, porque está cimentada en mujeres en una sociedad que sitúa a los hombres a la cabeza de la jerarquía.

A Asma le encantaría viajar a España, a ser posible, a Galicia, pero las desgracias y desencuentros de su historia se lo impiden. Después de pasar dos meses de ‘Vacaciones en Paz’ en Extremadura cuando tenía ocho años, sus padres decidieron que no volvería. Ya de mayor, con los papeles de su matrimonio firmados y libre de nuevo con un divorcio que ya empieza a ser natural en los campamentos, quiso regresar, pero la mala salud la visitó y su estómago acumula ya tres operaciones en el hospital de Rabuni por una enfermedad cuyos detalles desconoce.

Ahora quiere hacer su viaje, pero no tiene dinero para costear el papeleo. Únicamente quiere que le permitan visitar un hospital para que la curen, pero la burocracia está ahí para complicarle sus deseos.

Asma se queda en casa sin viajar ni estudiar. Asma se cubre con una melfa. Asma embellece el ritual del té cuidando al máximo cada detalle, desde cuidar la colocación de su vestimenta hasta cruzar sus piernas siempre con la misma meticulosidad. Asma cocina con sus propias manos el mejor Sable del mundo, unas galletas con mermelada que hacen inolvidable tu primer amanecer en el desierto.

(Fotografía: Pelu Vidal)

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